domingo, 15 de diciembre de 2013

MEMORIAS


















El camino del exilio

Me agrada a ratos, detenerme a mirar el pasado y deslizarme a través de los recuerdos de mi tiempo. Son muchas las vivencias bajo cielos estacionales, tanto mi tierra natal, como las distantes vieron rumbear mi suerte.

Caminé calles nuevas y viejas, barrios saturados de gentes. Hombres, mujeres y niños en busca de su destino, porque, en todas partes, vivir es una aventura diferente. Senderos largos y lejanos raptaron mis huellas cansadas, mientras ejercía mi destierro en ciudades de América y Europa.

Supe de la solidaridad del peruano, cuando Lima me acogió en su seno con la alegría de valses y marineras. Manos cálidas de amistad que hicieron olvidar el dolor, volví a ser libre en la capital colonial, aprendí a cantar en las peñas de Barranco.

Otros pueblos, tonalidades distintas, que me brindaron patria y fraternidad.

La Habana, tantas veces recorrida, a pesar de sus carencias estaba allí, hermanada a nuestra pena, nos encantó con su sencillez. En mis paseos por el malecón contemplé las más bellas puestas de sol, la brisa del Caribe era muda compañera en el recuerdo del amor ausente, ese mar azul fortaleció mis sueños y me entregó la esperanza del reencuentro.

Me agrada recorrer mis recuerdos, tantos y tan variados, me recreo en la Cuba de Martí, deseo volver a sus barrios tropicales. ¡Cómo olvidar tanta hospitalidad! Cuando estoy triste, envuelto en vino y nostalgia, vuelvo al pasado de esas calles de La Habana Vieja, gastadas por la gente, para visitar la Bodeguita del Medio, contemplar sus viejas fotografías de famosos, beber un daiquiri o un mojitos con los amigos de la tertulia bohemia.

Hablar de metas y esperanzas, compartiendo sueños e ideales que nunca se concretarán. Reír y soñar bajo el embrujo misterioso de noches húmedas y cálidas. Son los caminos de mi vida que jamás quisiera olvidar. En ellos conocí la amistad cubana, cuando el alma gemía de soledad. Volveré, para caminar la ruta de la sensualidad isleña, sin prisas, a disfrutar el calor de un pecho fraterno, de este pueblo simple y maravilloso.

Debo retornar a la cultura de Europa, vivir allí, en el Viejo Mundo, inmerso en sus cosmopolitas avenidas. Caminar, una vez más, por ese otoñal bosque de Praga, cubierto por alfombrada capa de hojas muertas, color oro carmesí, brillantes bajo los débiles rayos del sol. Regresar a ese idílico paisaje, que me recuerda un cuadro familiar. Praga, la ciudad antigua, la de Kafka, con calles de adoquines, puentes y gárgolas. Cultura, bares, cafés, cerveza y amistad.

Pasear por Bucarest, ver sus calles mojadas después de una lluvia de truenos y relámpagos. Compartir con sus niños sus juegos, con sus grupos musicales de singular folklor, mezcla gitana de violines y acordeones, de danzas campesinas y bailes de salón. Bogar un viejo bote, en la alegre laguna del parque Cismigiú. Caminar calea Victoria, visitar sus viejos almacenes y tiendas, reencontrarme con esa gente buena.

Recuerdo la lluvia de Yugoslavia, dándonos la bienvenida en Belgrado. Su fuerza torrencial caló hasta los huesos. La caridad de un convento nos brindó refugio y calor, nos cobijó de las heladas aguas otoñales. Las monjas secaron ropas empapadas, atendieron nuestros niños con maternal solicitud. Comida y chocolate caliente, frutas y pastelillos deliciosos, para recuperar fuerzas y energías. El don del amor verdadero, por encima de cualquier dogma, raza o credo religioso, ideal político o filosofía. ¡La solidaridad humana en acción!

Quiero volver a todos estos pueblos y muchos más, que hoy viven otra realidad; pero su geografía y su gente siguen allí, tal como los dejé. Me hace ilusión ese pasado reciente, a veces dormido en la mente, pero su recuerdo borra las penas cotidianas, de una existencia en constante espera. Anécdotas y sinsabores, tantas vivencias que olvidar nunca podré.

Sueños sempiternos de luces y sonidos, de alegrías y esperanzas no cumplidas, pero maravillosas ciudades cultas, de un mundo diferente al nuestro de cada día. Aún siento la risa citadina de esos pueblos, que aprendí a conocer cuando era joven.

Quiero detenerme para siempre en ese tiempo tan presente, buscar esos valores perdidos en la soledad de la distancia, porque necesito abrir mi vida a una mejor realidad, a un nuevo estilo.

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