Cuando te conocí, ya te conocía.
Tus ojos brillaban como esmeraldas,
mirada acogedora que provocaba placer.
Contigo aprendí a conocer el amor,
en las noches nos embriagábamos
de besos, caricias y estrellas.
Al despertar de la esencia del amor,
el pecado te embellecía más,
recobrabas el pudor tras el cual
escondías nuestro secreto de amor.
¡Te adoré, te amé con locura!
Pero el amor no estaba en el amor,
¡cuánta tristeza me dejó tu partida!
En noches de luna, en mi soledad,
pienso en tu belleza encantada
y surgen los más bellos versos
para evocarte y rendir tu amor.
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