La mujer que he amado
merece todo el bien del mundo,
sin penas en el corazón ni en el cuerpo,
solo caricias y un crecido amor profundo.
La quiero besar, adorar, y volver a besar
en silencio, sin palabras, solo sentimiento,
un juego de melodías, de encantamiento
con versos y prosa, volverla a enamorar.
Besarla en la frente de su cara preciosa,
acariciar su pelo, sus hombros de seda,
con incontenible intensidad, como lo desea,
es su sino: alegre, tierna y graciosa.
Nunca sentí tanto su amor
como en las tardes de frío otoño,
nunca fue tan poco, tan nada mía,
mientra la mimaba y cubría con capa de armiño.
Nunca fue mía, su vida no me pertenecía,
la más hermosa, la más querida, la que más amé,
otro cosechó en su surco, vida mía,
la semilla que un frío otoño yo sembré.
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(¿Amor místico, santo, platónico?
Amor y amistad, lo más grande.
Los mejores versos los he escrito
luego de imaginar que aún piensa en mi.)
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