Mis versos, cual golondrinas,
vuelen hasta el corazón
de esa mujer, cuya dulzura
veo reflejada en aguas cristalinas
que bajan río abajo hacia el valle.
Que su pena no sea llanto,
quiero verla sonreír, que cante,
que conquiste con sutil encanto,
al que me he rendido, por el placer
que provoca su hechizo casto.
Diosa inspiradora de ilusiones
traducidas en este canto que vuela
hasta los confines, tonada y pasiones.
Dulce embeleso que consuela
el alma con el embrujo de sus besos.
El poeta canta al amor
de esa mujer soñadora,
que luce vestido de velos
y su gracia a todos enamora:
con sus juegos, goces y desvelos.
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