Vivo un tiempo donde la edad trae a la memoria anécdotas y vivencias que, de tanto en tanto, sacamos del baúl de los recuerdos, donde yacen dormidas en la subconciencia. Reminiscencias de infancia, que caminó en estos senderos de la tierra palpitando la naturaleza. Reflejos de lumbre, danza de luces y sombras que anidan en lo íntimo.
Escribo, si es que escribo, del misterio de la vida, de esos lejanos años. De esa adolescencia de sueños y utopías, de las primeras ilusiones, del despertar al encanto del amor. Experiencias que quedaron inmortalmente prendidas en el alma. Es lo bueno, lo bello, lo verdadero. Una sinfonía de vida, vínculos de lo humano y divino.
La pasión no abandona al hombre, se lleva a flor de piel, fluye de lo más recóndito del ser. En el ocaso hay tiempo para recorrer la vida, desde la tierna infancia. Nos deleitamos de esos viejos amores embellecidos por los sentimientos. Nostalgia de las ausencias, de las separaciones y de los recuerdos. Agonía, antes de emprender viaje al valle de la muerte.
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