Qué daría yo por
volver a sentir el aroma
de su piel morena, y el
murmullo de su corazón.
Cuando abrazados
hablábamos de la vida,
y mis dedos jugueteaban
con su sedoso cabello.
Sus mejillas sonrojadas
por el embrujo de besos
furtivos, que insinuaban
el despertar de la pasión.
Tardes de invierno,
confesiones y promesas,
acariciando ese cuerpo
virgen que quería rendir.
Entregados al amor
para llegar al cenit,
a la aurora espiritual
y sensual de la vida.
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