miércoles, 18 de diciembre de 2013

MADRID












Camino los parques de Madrid, avenidas sombreadas de verde, flores y plantas por todas partes, que lucen su belleza y colorido, bajo la nítida claridad de sus cielos Velazqueños, que coronan los distintos barrios de Madrid.

Me extasío con la danza de las aguas de Las Cibeles, que refrescan una tarde de Julio. Al frente el Correo, monumento arquitectónico. El Prado, museo y escuela, atesora el genio de grandes maestros: Goya, Murillo, Velázquez, Zurbarán y tantos otros, un legado que maravilla con su arte.

El Quijote y Sancho Panza, en medio de la Plaza España, evocan sus correrías por La Mancha, ebrios de andanzas y recuerdos.

Recorro la Gran Vía, palpitante ir y venir de gentes venidas de todas partes. En sus mesas de bares y cafés, bulliciosas tertulias, se habla de política, fútbol y toros, muchas veces a ritmo altisonante.

Diferentes personajes de la noche, hablando pensamientos humanos y divinos, cada uno con particular filosofía. Olor a humo y sudor, la noche arde y se agita entre cigarros y copas, al compás de una música del recuerdo. Para ellos el tiempo parece haberse detenido, anécdotas y risas contagiosas, que se pierden en cada hueco de Madrid.

Fui testigo de esa alegría cuando estuve allí, pero estoy hecho de evocaciones de esa ciudad del destierro. Mañana me iré a Madrid, donde me hice hombre y anduve descubriendo la vida. Iré temprano, cuando el sol esté naciendo. Porque España tiene mis raíces, mis sueños y mis esperanzas.

En algún lugar, de este continente en miniatura, existe un espacio que me espera y está aguardando mi retorno, antes de que se consuma mi luz.

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