Esa sonrisa suave que me regalas
confiesa todo lo inconfesado, desde
el día que supimos que existíamos.
Periodo luminoso que vino a iluminar
mi vida por dentro y por fuera.
La soledad fue menos soledad
cuando escribía y te pensaba,
cantando a través del aire azul un
poema a la tierra de arena dorada.
Pasaron inviernos, primaveras y los
años tristes del olvido esperándote,
hasta que se produce el reencuentro,
el tiempo venía de regreso, porque
la historia debía escribir su epílogo.
Vidas lejanas, separadas, remotamente
escondidas, que no se tocaban, pero
que siempre permanecieron unidas
a pesar de la distancia y el silencio.
El tiempo volvía a encender la flama
de nuestros sentimientos, que florecieron
como el azahar, como un bello poema.
Siempre te recordé, sentía ternura
por tu cuerpo moreno, coronado por
un cabello negro, brillante, ensortijado,
con aroma a jardín endulzado.
Cuando en un arrebato llenaste
mi rostro de besos y lágrimas,
ha comenzado un lento y tardío
aprendizaje de la vida y del amor.
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