Sus pupilas eran un sueño
en ellas asomaba su alma,
alegre como primavera florida
llena de armonía y de luz,
tenía jóvenes veinte años,
una risa fresca y cristalina.
Poseía una gracia perfumada
como las flores de mi jardín,
brotaba de noche y de día
para borrar la tristeza mía.
Se deslizaba suave, lento,
traía suspiros de ensueño
y despertaba mi inspiración
con sus besos rojos, que
eran como el vino de la viña,
nacían desgranados de la vid,
de sus labios, ardientes como la
sangre que corría por sus venas.
Labios de seda, de dulces besos,
sublimes y con sabor a miel,
que embrujaban y parían sueños
de azules y lúdicos mensajes.
La recuerdo cuando nace la noche
entre la bruma y la brisa del mar,
que moja mi rostro ajado por el tiempo,
una lágrima solitaria se desliza hasta mis pies.
Es la incierta huella del amor,
amor que se perdió en la nada,
después de un triste adiós con el dolor
de un beso con sabor a agonía.
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