Quisiera dormir como duerme un niño,
sonreir entre sueños al soñarte,
sentir tus caricias, el panal de tus besos
amorosos, tus manos sobre las mías.
No hay día de mi vida, larga ya,
que no asomes en mis pensamientos,
yaces prendida a mi como botón en flor,
se me nublan los ojos al recordarte.
Hay una pena, una herida en el alma
que no he podido cerrar, dolor de vida,
en vano he orado por ti, por tu perdón,
por no haber estado en tu despedida.
Se cerraron tus ojos, y yo ausente,
no hubo el beso del último adiós
antes de depositarte en el féretro,
ni pude llorarte a los pies de la tumba.
Me enteré de tu muerte cuando
rumbeaba mis huellas en la isla del exilio,
adversa suerte la mía, madre querida,
pues no te enteraste donde estaba.
El silencio de un país bloqueado,
me impidío establecer comunicación
para contaros de mis andanzas
y saber de vosotros en la noche triste.
Te recuerdo en esta pobre poesía
junto al arrullo del mar,
tu alma está dormida, pero tu espíritu
reposa en mi, porque tanto te he querido.
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