Era hija de la tierra desierta
enclave misterioso y olvidado,
un valle jamás profanado
de raíces ancestrales cubierta.
El sendero abrupto desconcierta,
soledad altiplánica, paso cansado
y con el corazón acongojado
buscando que ella su amor vierta
en cáliz de nácar, que destile
la ambrosía de su pasión contenida
para embriagarme en su aroma;
y recibir de su cuerpo la bebida
del manantial que de su entraña mana,
aunque bajo sus bellos pies me humille.
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