Los cantos homéricos contienen numerosas referencias a la vida económica y a la organización social y política de los griegos en los siglos que siguieron a la invasión doria. La base de su existencia era la agricultura. No conocían la moneda acuñada. La res era la medida común para el precio de las cosas. Una esclava costaba cuatro cabezas de de ganado, una armadura: nueve.
Los reyes y nobles no sentían desdén por el trabajo. Ellos mismos conducían el arado, preparaban la tierra para la siembra. Ulises, rey de Itaca, se gloriaba de poder construir un barco y de haber fabricado su cama. La reina Penélope hilaba y tejía, y la princesa Nausícaa lavaba la ropa de sus hermanos.
Sin embargo, más importancia tenían la lucha y las competencias deportivas que la actividad económica. Los nobles combatían a caballo y en carros de guerra, y eran audaces navegantes. En aquellos tiempos los griegos vivían agrupados en tribus. La accidentada geografía de Grecia contribuyó a que cada tribu se constituyera en una comunidad independiente.
La tribu la encabezaba un rey, los poderosos nobles eran dueños de la tierras. El rey invocaba a los dioses y practicaba los sacrificios en las fiestas religiosas y antes de iniciar la guerra. Comandaba las fuerzas militares, dirigía la asamblea popular y era juez supremo. En las asambleas populares solo el rey y los nobles podían hacer uso de la palabra. Los campesinos libres podían asistir, pero solo podían manifestar su consentimiento o desaprobación, sin participar en el debate.
Con el tiempo los nobles redujeron el poder de los reyes, y los despojaron de sus facultades militares, legislativas y judiciales.
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