Zeus comparte el dominio del mundo con sus dos hermanos. Hades reina sobre el mundo subterráneo y Poseidón sobre el océano. Hades preside el Orcus, el mundo subterráneo y reino de los muertos. Mundo triste donde las almas de los muertos moran como sombras, sin alegría ni esperanza.
Poseidón habita un palacio en el fondo del mar. Su cetro es el tridente. Atraviesa los mares en un coche de oro tirado por cuatro caballos. En señal de su ira agita las aguas con su tridente. Los navegantes le deben presentar ofrendas y sacrificios para que sus iras se apacigüen y amainen los temporales.
Hermes es el mensajero de los dioses. Lleva alas en los talones que lo conducen velozmente del Olimpo a la tierra. Protege los caminos y el comercio, y acompaña las almas al Orcus. De la unión de los dioses y las diosas nacen los héroes.
El más grande de entre ellos fue Hércules, hijo de Zeus, quien demostró su valor heroico en los doce trabajos que le impusieron los dioses. Teseo, hijo de Poseidón, logró triunfar sobre el Minotauro. Los dioses se parecían a los hombre, pero eran más poderosos, perfectos e inmortales. Se alimentaban de néctar y ambrosía, se conservaban eternamente jóvenes.
Los dioses no eran omnipresentes ni todopoderosos. Por encima de ellos estaba la moira, el destino inexorable, cuyos designios debían ser cumplidos por dioses y hombres para que el cosmos (orden) no se convirtiese en caos. De la religión se derivaba la moral, el hombre dependía de los dioses, debía evitar la soberbia (hybris) y practicar la templanza. La virtud consistía en la observación de la medida justa. Para ser virtuoso, había que conocerse a sí mismo. Por eso, el templo de Apolo en Delfos llevaba la inscripción: "Conócete a ti mismo"
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