Mi curiosidad errante por conocer otros países, mis ansias de soñar, de salir, de concretar secretos anhelos fue una fantasía cumplida, pero no como hubiera deseado hacerlo. El quiebre institucional y social que desembocó en el golpe de Estado de 1973, me condujo a un no deseado exilio, que me llevó por distintos caminos.
Con tristes tristezas, nostalgia y preocupación erré calles de América y el Viejo Mundo. Buscando la alegría en tierras nuevas y ajenas, para volver a sonreír. Había que reinventarse, trabajar, dejar atrás la nave averiada. Volver a soñar la vida, dejarnos acariciar por la solidaridad de pueblos amigos. Pues más temprano que tarde los sueños tendrían que hacerse realidad.
He vivido mucho y he visto muchas cosas. Pocas son las que traen verdadera felicidad, una felicidad efímera, a retazos. Han sido más frecuentes las deficiencias, los vacíos, sin señales ni símbolos que revelen un paraíso. No somos libres, continuamos luchando y soñando entre las sombras de una sociedad visible e invisible, contaminada por la corrupción, discriminación y una ambición desmesurada de la casta político-empresarial.
En la ancianidad, bien cumplidos los setenta y algo, en un jubileo sin gloria, hay que continuar en la brecha, trabajando para mantenernos y vivir con decoro. Dedicando tiempo a la lectura, a contar y cantar en artículos y poemas lo vivido, mis experiencias, todo lo que he amado, sin esperar nada porque no he deseado nada.
Pronto sólo seré un recuerdo, disipado por el olvido. Consumidas mis ambiciones y pasiones encendidas, dormiré un día en la tierra donde se nace, se ama y se muere. Será mi eterna noche.
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