En la Roma antigua la vida era austera, sencilla. La base de la sociedad era la familia, institución civil y religiosa, unida por el culto a los antepasados y del hogar. El hombre y la mujer se consagraban a los deberes que los dioses y la república les imponían.
La casa era de adobes, sencilla de un piso. La habitación principal en la que estaba prendido el fuego del hogar era el atrio. La pieza recibía luz de una abertura en el techo, por donde salía el humo y, en tiempos de lluvia, caía el agua que se almacenaba en una pileta. Con el tiempo se agrandó la abertura y se sujetó el techo con columnas, formando un patio interior, parte importante de la casa romana.
Hombre y mujer usaban la túnica, que era una camisa de lana sin mangas. En público, el hombre usaba la toga, privilegio del ciudadano que gozaba de todos los derechos cívicos. El padre de familia tenía derechos absolutos sobre la familia. Era su juez, jefe y sacerdote. Tenía derecho de vender como esclavos a su mujer y a sus hijos.
A pesar que la mujer estaba sometida a la autoridad absoluta del marido, gozaba de alta estimación y era respetada como la dueña del hogar. A los hijos se les inculcaba una austera disciplina, sentido del deber y de la responsabilidad y acendrado espíritu cívico.
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