miércoles, 30 de mayo de 2018

EL OCASO


No tengo peso económico, político ni -a dios gracias- religioso. Soy un simple mortal, uno más entre los diecisiete millones de almas que pululan en esta luenga faja de tierra: Chile. Mi espacio es reducido, está bien y me place. ¡Que más puede pedir un anciano que ya está en el umbral del adiós!

En mi íntima soledad, asoman recuerdos del pasado, de la niñez, de los padres, de la familia. De todo lo conocido, los caminos andados en la vida. Pequeños momentos de felicidad, que sirven para cortar las ataduras con el presente. Para qué voy a andar con cuentos: ¡Soy un viejo sentimental!

En los últimos años, entrado ya el otoño de la vida, la persona aficionada a escribir piensa mucho. Quiere solucionar todo, a sabiendas que es una misión imposible. No se puede exorcizar a toda una sociedad, de su ignorancia y precarios conocimientos.

Nada cambia, uno deja de creer en los cambios. Las ilusiones y buenos deseos quedan anclados en la conciencia, durmiendo el sueño de los justos. Ya se esfumó la época de hacer cosas, de participar en movimientos buscando utópicos y revolucionarios cambios culturales y sociales, todos fracasados.

Vivo en un ostracismo, con la pluma en la mano. Escribiendo, leyendo, pensando. Sin salir mucho de casa, salvo a trabajar porque tengo el ineludible deber de "parar la olla" hasta que Cronos diga: ¡Basta!

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