Fruto de su mayor dedicación al teatro, en sus años finales, son los tres grandes dramas rurales que constituyen la cima de su producción y que sitúan a Lorca entre los grandes dramaturgos europeos del período: Bodas de sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936). Piezas ineludibles del repertorio contemporáneo, que siguen siendo representadas en escenarios de todo el mundo. Dentro del teatro de autoría española, solo los esperpentos de Ramón del Valle-Inclán gozan de una posición semejante.
Yerma se centra en el tema de la maternidad frustrada, es una verdadera tragedia al modo clásico, incluido el coro de lavanderas, con su corifeo que dialoga con la protagonista comentando la acción. Similar urdidura trágica se halla en Bodas de sangre, donde un suceso real inspiró el drama de una novia que huye tras su boda con un antiguo novio (Leonardo). La huida llena de premoniciones, en que la muerte aparece como personaje, presagia un final que se viene aludiendo desde la primera escena y en la que ambos hombres se matarán.
La casa de Bernarda Alba es su mejor creación, obra en la que la pasión por la vida de la joven Adela, encerrada en su casa junto con sus hermanas a causa del luto por su padre y oprimida bajo el yugo de una madre tiránica, estalla en una rebeldía que no teme a las últimas consecuencias; pero las ansias de amor y libertad de Adela se estrellarán igualmente contra el muro de incomprensión de su familia y se los usos sociales, concluyendo todo con su eliminación.
La casa de Bernarda Alba, su obra maestra, fue la última, ya que ese mismo año estalló la Guerra Civil española, que llevaría a la dictadura de Francisco Franco.
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