El destino es el poder sobrenatural, inevitable e ineludible que, según se cree, guía nuestras vidas. Desde el punto de vista religioso, es un plan creado por Dios, por tanto no se puede modificar.
Los griegos llamaban al destino Ananké, lo consideraban una fuerza superior no solo a los hombres, sino incluso a los mismos dioses. El destino era personificado por la diosa Moira, rebautizada como Fatum en la mitología romana.
El destino estaría relacionada con la teoría de la causalidad, que afirma que, si "toda acción conlleva una reacción, dos acciones iguales tendrán la misma reacción". Nada es casual, todo tiene una causa y efecto. Nada existe por azar al igual que nada se crea de la nada. Por tanto, lo que sea que nos ocurra en la vida tiene una causa, ajena o propia, provocada por nosotros mismos.
En el ocaso, nuestra salud se ve afectada por el mal uso de nuestro libre albedrío. Los males que nos acaecen se deben principalmente a que no supimos discernir entre lo que era bueno y lo que era malo para el alma y el organismo. Esto no es cuestión del destino, simplemente es consecuencia de negarnos a hacer lo que era estrictamente correcto para una vida equilibrada y sana.
Cuando estamos viejos aparecen los males, habidos y por haber, que causan preocupación familiar y un gastadero de dinero que no estaba en nuestros planes. Además estamos presos de un sistema que dilata trámites y pagos de beneficios legales, dejándonos al arbitrio de la burocracia.
Cuando estamos viejos aparecen los males, habidos y por haber, que causan preocupación familiar y un gastadero de dinero que no estaba en nuestros planes. Además estamos presos de un sistema que dilata trámites y pagos de beneficios legales, dejándonos al arbitrio de la burocracia.
Solo uno sabe como se siente. Día a día nos vamos deteriorando, cuesta caminar y respirar. Para las dolencias no hay remedios, tratamientos ni recuperación, solo queda soportar estos dolores con una actitud positiva y mucha paciencia. Ahora la cosa es sin llanto ni lamentos. Hay que asumir y estar preparados para bien morir. Creyentes o no, tenemos que afrontar un destino que es inevitable: ¡El fin de nuestra condición humana!
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