Durante el día el cielo cubre todo el mar, mas cuando cae la noche se dibuja en sus aguas el camino de la luna. Los roqueríos son castigados incesantemente por el mar y el viento, el sol no puede secar la humedad salina.
Mar ancho y ajeno, inspirador, el Pácifico es un inmenso poema de más de cuatro mil kilómetros de versos, bajo nubes pinceladas. Amenazante, arrogante, rugiente y sereno, solidario.
De sus abismos surgen frutos plateados para decorar mesas dignas del pobre y mesas recargadas de exquisiteces de la opulencia indiferente. Contemplando la inmensidad oceánica, me doy cuenta que puedo ser feliz en la soledad más absoluta, soledad única, propia, donde se mezclan el azul de la luz y la armonía de la Creación.
¡Misticismo y misterio que cautiva mis sentimientos!
Soy dueño de mi tiempo, de todos los tiempos de mi vida. Libre, sin compromisos, cómplice de mi preciada privacidad. No tengo que pedir beneplácito de nadie para cantar, reir, soñar y vivir. Tengo mi tiempo y sosiego para estudiar, leer y conocer autores literarios: biografías, ensayos, novelas y poesías. Mente libre para crear, escribir, pensar y volar por las eternas latitudes del universo, en una busqueda de la verdad, la armonía estética, la solidaridad y luchar por la unidad de aquellos pueblos postergados.
Así como la lectura me lleva a mundos ignotos, inimaginados, la música también me hace viajar a través de la historia y el tiempo, me emociona, subyuga y enriquece mi mundo interior.
La arquitectura, el arte, la escultura, la pintura y la poesía es alimento y nutriente para el alma, el espíritu y la vida.
La mayor riqueza del hombre, pobre o rico, es su haber cultural, su ser individual, su humanismo. El resto ... ¡Tan solo mera vanidad!
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