Bajo ardiente caricia del sol:
el Morro, imponente atalaya
que escudriña el mar azul y plata.
A la sombra del peñón vigía
nacen callejuelas estrechas de
la ciudad antigua como el siglo.
Banca, comercio y mercados
aledaños a la plaza Colón.
¡Cómo ha cambiado su rostro!
Antaño fresca y señorial
al amparo de la Seo de Eiffel.
Camino al interior
plantíos de alfalfa y olivos,
terrazas y huertos de nobles cultivos
del hombre moreno del norte.
Añosas casas de adobes
pintadas de árida soledad,
adornadas por huertecillas
de plátanos, mangos y guayabos.
Oásis color verde desierto,
frescura y fragancia de la
Pachamama, tierra cálida,
simiente de mi descendencia.
En la quietud de la noche
me extasío en la belleza de sus valles
que suben a refrescarse a la montaña.
Arica, siempre Arica...
aquí encontré el amor de mi morena
y en una puesta de sol nació
un romance de eterna primavera.
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