La brecha entre el ser humano y la computadora es permanente, nunca se salvará. El cerebro humano puede imaginar y las computadoras no. Las máquinas pueden hacernos la vida más fácil, más saludable, más gratificante e interesante. Pero, los seres humanos continuarán preocupándose, en última instancia, por las mismas cosas cotidianas: por ellos mismos, por los demás, y en el caso de algunos creyentes por Dios. En lo que a esto respecta, las máquinas nunca han conseguido nada, y nunca lo conseguirán.
Las computadoras ni siquiera se acercan a la facultad que tiene un niño de cinco años de ver, hablar, moverse o actuar por sentido común. Es una simple cuestión de capacidad. Se ha calculado que la capacidad de procesar información de la súper computadora más potente es equivalente al sistema nervioso de un caracol, una ínfima parte de la que tiene la supercomputadora que llevamos en el interior de la cavidad craneal.
El cerebro humano es muy superior. No es un órgano estático; es una masa de conexiones celulares en constante cambio muy influida por la experiencia, es de una complejidad maravillosa.
La tecnología es una maravilla, muy útil y práctica, pero debemos hacer buen uso de ella. Inteligentemente, conforme al uso que le demos serán los beneficios que obtengamos.
No hay que caer, como muchos, en la Nomofobia, ya decía Albert Einestein, por allá por los años 50, que la tecnología haría hombres idiotas.
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