Los egipcios ocuparon la península de Sinaí, por los yacimientos de cobre. Del desierto sudoriental extraían el oro de sus minas, los reyes de Asia pensaban que en Egipto el oro eran tan común como el polvo.
Si bien la base de la economía era la agricultura, se desarrolló una intensa vida urbana y se formaron grandes y opulentas ciudades, como las capitales de Menfis y Tebas, admiradas por los viajeros.
Las clases sociales se mantuvieron inmutables a través de los siglos. Había gran diferencia de clases, pero no había una separación rígida, por tanto, había cierta movilidad social. En una población estimada en unos 5 millones había tres clases sociales.
Las obras las realizaban los presidiarios y prisioneros de guerra reducidos a la esclavitud. La mano obrera estaba formada por hombres libres, que vivían pobremente en casas de adobe. Sobre ellos pesaban fuertes impuestos y servicios. Pero aquellos que tenían talento podían escalar a niveles superiores, y llegar a ser comerciantes, sacerdotes y altos funcionarios públicos.
Productos de la minería y el comercio eran elaborados por artesanos: carpinteros y ebanistas, joyeros, canteros, escultores y pintores, a quienes se debe maravillosas obras de arte y artesanía que tienen pocos paralelos en la historia universal. Los artesanos egipcios no fueron superados en el mundo antiguo.
Las clases medias incluía a los ricos comerciantes, a profesionales como los artistas, profesores, médicos y escribas, que por dominar la lectura y escribir la complicada escritura jeroglífica, tenían gran importancia.
La clase dirigente la formaba la dinastía real, los sacerdotes, los altos funcionarios de la corte del rey, y los grandes terratenientes. De ellos, de su forma de vida, se conservan numerosas representaciones en las pinturas, y los relieves de templos y tumbas. Vivían en mansiones de lujo, exquisitamente amobladas, rodeadas de hermosos jardines.
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