Cambises, el hijo y sucesor de Ciro (529-522), continuó la política de su padre y logró conquistar Egipto, con lo que quedó completada la obra de unificar políticamente los centros más antiguos de la civilización humana.
Su sucesor Darío (522-486), el "rey de los reyes", consolidó su dominio sobre el inmenso imperio que se extendía entre el Helesponto y el Indo, entre el Cáucaso y el valle Nilo. Dividió el imperio en 20 provincias que eran administradas por gobernadores persas, los sátrapas.
Para evitar cualquier intento de conspiración o rebelión organizó un servicio especial, los "ojos y oídos del rey", inspectores que controlaban periódicamente a los gobernadores. Los pueblos sometidos debían pagar tributo en oro, plata y especies.
Darío hizo acuñar monedas de oro para fomentar el comercio. Construyó una vasta red de caminos por los cuales los correos a caballo llevaban las órdenes del rey rápidamente a las más lejanas provincias. Darío se preocupó honestamente del bienestar de sus pueblos. No se hizo adorar como divinidad. Estaba convencido que Ormazd, dios de la luz, del bien y de la verdad, le había conferido la misión de organizar y dirigir al mundo para que reinasen la paz y la justicia.
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