En los años postreros, cuando tenemos las sienes plateadas y vamos pintando arrugas, comenzamos a ver la vida con mayor detención. Con serenidad y reposo observamos cada detalle que nos llama la atención, éstos siempre estuvieron donde mismo, pero nunca reparamos en ellos, pues vivíamos bajo el yugo de lo material, de lo vano y banal.
Hoy, en cambio, nos damos el tiempo para disfrutar de la naturaleza y del universo. De la sinfonía de las olas que nos regala el mar, de la leve brisa que las riza bajo los dorados rayos del sol. Ondas que llegan a besar la arena, y acarician los roqueríos cubiertos de algas. Loca armonía del alegre litoral.
Vemos nacer la primavera, florecer los árboles, cuando el sol va matizando con vivos reflejos valles y bosques. Las aves surcan los cielos, en permanente diálogo con el viento que irrumpe lento y silencioso. Es la entera libertad que nos brinda Natura, un placer, una infinita comunión del espíritu y la fuerza de la tierra.
Así como el mar recibe el sol en su seno, así la tierra nos da la bienvenida con sus más bellos matices. Una puesta de sol inunda de magia nuestras almas, mientras contemplamos el lento ocaso de la tarde; la noche comienza a cubrir con su negro manto la tierra, y el universo se abre con sus celeste estrellas.
La vida es esfuerzo, encanto, melancolía, nostalgia. En las silentes noches, las horas se van lentas, como los recuerdos, como el amor de mis amores y sus apagados suspiros de pasión.
¡Qué hermoso es contemplar, convivir y disfrutar lo que Natura nos da!
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