Mujer que tenías algo de divino en tu alma, eras amor y belleza, madre de mis sueños, de recuerdos que son imborrables. Muy pronto partiste, solo tenías 55 años. Dejaste un gran vacío en el hogar, ya no tuve tu presencia física, pero la espiritual me acompaña hasta hoy.
Nos diste tus mejores años, nos educaste, nos enseñaste a respetar a los demás, nos dejaste normas y reglas. Nos ayudabas en nuestros deberes escolares, nos inculcaste el gusto por la música clásica. Te gustaba el piano (te extasiabas con La Polonesa de Chopin y temas de Listz), soñabas con tener uno, pero nunca se pudo comprar.
Desde niño nos enseñaste a hacer las cosas de la casa: aseo, cocinar, coser un botón, hacer la basta a un pantalón, lavar, planchar, porque siempre nos decías: que si algún día faltabas, íbamos a poder salir adelante. La verdad, que eso me ha servido hasta ahora. Y por muchas situaciones del diario vivir, tu recuerdo está presente.
En mi hogar, ayudé a bañar, a mudar y lavar pañales bambino de mis hijos. A prepararle sus alimentos, tal como lo heredé de ti. No hay día que no te piense, lo mismo de mi padre. Nada ha sido igual sin vuestra presencia.
Cuando ya somos ancianos, valoramos a la mujer, la madre, la esposa, la hija y a todas las mujeres del mundo, por su dedicación y esfuerzo que realizan todos los días.
Comparto lo señalado, excelentes recuerdos de otra época.
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