Hacia el año 1.900 a.C. pueblos indoeuropeos, provenientes de las llanuras del Danubio, penetraron en la península de los Balcanes y se extendieron hasta el Peloponeso. La tradición griega los recuerda bajo el nombre de aqueos.
Estos belicosos guerreros pudieron dominar a los habitantes primitivos, los pelasgos. Los más poderosos reyes aqueos fueron los de Micenas y Tirinto en el Peloponeso. Desde Micenas salía una red de caminos por donde avanzaban los guerreros en sus veloces carros de guerra. En la cumbre del cerro se elevaban gigantescos muros de piedra labrada que habrían sido construidos por los cíclopes.
Se ingresaba por la Puerta de los Leones adornada por una columna flanqueada por dos leones esculpidos en piedra. Detrás de los muros estaba el palacio real, cuyos interiores estaban decorados con hermosos frescos de estilo minoico que deben haber sido obra de maestros cretenses. Al pie del cerro se construyeron monumentales tumbas subterráneas donde se hicieron sepultar semejante a los faraones egipcios. Arqueólogos descubrieron armas de bronce, joyas preciosas y finas máscaras de oro.
Desde el Peloponeso los aqueos extendieron su dominio sobre el Mar Egeo. Alrededor del 1.400 a.C. se apoderaron de la isla de Creta. También habrían llegado hasta el Asia Menor. El rey Agamenón de Micenas habría encabezado la expedición, que después de larga lucha habría logrado triunfar sobre Troya.
Hacia el 1.200 a.C. los dorios, penetraron en la península griega desde el norte. Sus armas y escudo de hierro le dieron superioridad sobre las armas de bronce de los aqueos. Estos abandonaron los territorios que habitaban. Muchos se refugiaron en Atica. Otros pasaron a las islas del Mar Egeo y a la región costera de Asia Menor conocida como Jonia. Otros cayeron bajo la dominación de los dorios. Dela mezcla de los distintos grupos emergió el pueblo griego.